Anticipaciones: un vistazo al futuro de Nuestra América

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Anticipaciones: un vistazo al futuro de Nuestra América

Armando Bartra

 

No nos basta condenar la realidad, queremos transformarla. Tal vez esto nos obligue a reducir nuestro ideal; pero nos enseñará, en todo caso, el único modo de realizarlo.

José Carlos Mariátegui.

Si pensar el futuro no es árida prospección sino invención que compromete no le veo caso a especular acerca de remotas Icarias. Más vale imaginar el porvenir próximo, aquel que podemos ir modelando con nuestras acciones. Y que mejor que el porvenir nuestramericano: tiempo bifurcado y en disputa en que se juegan alternativas civilizatorias. En lo que sigue esbozaré disyuntivas regionales que apuntan a distintos futuros. Unos luminosos otros oscuros.

Adelgazaron las vacas gordas

Por tres lustros las mudanzas progresistas ocurridas en algunos países sudamericanos contaron un ambiente macroeconómico propicio de modo que la recuperación para los Estados de la soberanía y las rentas antes cedidas a las trasnacionales, y las políticas redistributivas aplicadas por los gobiernos reformistas se tradujeron en una pronta reducción de la inequidad social y dieron lugar a una inédita generación de las que llamo “revoluciones de bienestar”.

En 2008 se interrumpió la onda expansiva y paulatinamente las materias primas se fueron abaratando. Luego, al reanudarse lentamente el crecimiento en las economías centrales, los capitales que habían llegado atraídos por las posibilidades de inversión y/o altas tasas de interés empezaron a refluir y las deudas contraídas a tasas bajas y respaldadas por los recursos exportables se encarecieron en la medida en que estos se desvalorizaban.

De esta manera el crecimiento disminuye, la relativa holgura deja paso a la estrechez y se imponen los recortes en el gasto público. Cambio de época que hace patente no necesariamente la impertinencia pero sí los límites de la faceta primario exportadora del modelo de desarrollo seguido hasta ahora, ubicando a los procesos trasformadores latinoamericanos en una nueva y difícil etapa en que las mudanzas necesarias difícilmente traerán los beneficios sociales inmediatos que se lograron en la fase anterior.

Pasar de revoluciones de bienestar a revoluciones de austeridad. Este es el reto.

Fin de tres ciclos: neoliberalismo, capitalismo, modernidad

Al alba del tercer milenio la Gran Crisis pone en cuestión al neoliberalismo, al capitalismo y a la modernidad occidental llevándonos a una época de transición en la que habrá que ir desechando estructuras civilizatorias de larga data. Sin embargo el derrumbe es en cámara lenta y tiene un desarrollo desigual.

En Nuestra América lo que ya dio de sí es el modelo neoliberal, erosionando en su vaciamiento a la anterior hegemonía sistémica y fortaleciendo con su caída al debutante bloque opositor constituido por una convergencia de excluidos y explotados, pero también de capas medias y hasta empresarios vapuleados por la apertura desordenada de los mercados, la especulación financiera y las mega-corporaciones abusivas. El dispositivo para el cambio es, pues, una amplia alianza anti neoliberal.

Si tomamos en cuenta en lo internacional la desaparición el “campo socialista” y en lo nacional la pobreza de nuestros pueblos y lo variopinto del sujeto contra-hegemónico, habremos de concluir que en el corto plazo la mudanza conducirá -está conduciendo- a alguna variante de capitalismo pos neoliberal: economías de mercado estatalmente reguladas y democráticamente redistributivas que no inhiben la acumulación pero sí la explotación extrema del trabajo, la discriminación étnica y el saqueo de la naturaleza. Economías abiertas que no dan la espalda a la globalidad pero buscan un mejor acomodo en ella y cuyo horizonte es aún el de la modernidad en sus grandes vertientes: economía de mercado capitalista, economía planificada socialista y como palanca alguna clase de desarrollo.

Lo dice bien la Constitución boliviana: “economía plural” con protagonismo del Estado y prioridad estratégica de la producción social y comunitaria. ¿Abigarrado? Sí abigarrado. Pero es que en un quimérico subcontinente de ayllus y trasnacionales sólo con ejercicios grotescos resistiremos la globalidad imperial y saldremos del capitalismo contrahecho que nos tocó.

En las condiciones globales y nacionales prevalecientes se puede acotar al mercado y a los empresarios pero no prescindir de ellos. ¿El riesgo?: que en vez de que la vida se vaya desmercantilizando paulatinamente regresen las privatizaciones, que en vez de que la producción se vaya subordinando al interés social y a satisfacer necesidades reales prime la lógica de la acumulación, que en lugar de que los empresarios tengan un sitio en la concertación devengan actores protagónicos germen de renovadas oligarquías…

En trances como este, en que la inercia de las estructuras juega contra los propósitos libertarios y justicieros, nada está definido de antemano y todo depende de la correlación de fuerzas y de la conducción y direccionalidad que se le dé al proceso.

De viento de cola a zona de turbulencias

Vistas en la perspectiva de tres lustros las revoluciones conosureñas son fractales: rupturas que desembocan en cursos inéditos muy diversos de los modelos acuñados durante el siglo XX por los países que entonces transitaron al socialismo.

En lo político se apoyan en una combinación relativamente incruenta de movimientos sociales ascendentes y triunfos electorales reiterados que les han dado continuidad sin necesidad de cancelar el pluralismo y haciendo de ellas mudanzas hasta ahora de baja conflictividad si las comparamos con las sangrientas confrontaciones en que desembocaron casi todas las revoluciones de la pasada centuria.

En lo económico se encontraron apenas al despegar con lo que el ex presidente de Uruguay Pepe Mujica llama “viento de cola”: economía mundial en expansión y precios altos de los bienes primarios que exportan, con lo que la decisión estratégica de recuperar rentas y la voluntad política de combatir la inequidad mediante una redistribución progresiva del ingreso, tuvieron escenarios propicios dando como resultado atípicas revoluciones de la bonanza y el bienestar. Holgura ciertamente relativa y coyuntural, pero contrastante con la estrechez en que se movieron las del siglo XX, que por décadas fueron revoluciones de austeridad y penuria, cuando no de hambruna y mortandad.

En Tierradentro, un texto sobre la revolución boliviana que escribí 2010 y publiqué en 2011, sostenía que

en los años recientes, volcados sobre el rediseño constitucional, el debate sobre la naturaleza del nuevo Estado ha sido prioritario (pero) en la medida en que han cuajado en lo fundamental las grandes reformas políticas, es de esperarse que en adelante la cuestión del paradigma productivo-distributivo cobre cada vez mayor importancia[1].

 Creo que así fue. Y del debate sobre el modelo económico me ocupo ahora.

Desde 1998 en que Hugo Chávez ganó los comicios en Venezuela y en lo que va del XXI, la izquierda conosureña está ganando elecciones y repitiendo en el gobierno: Brasil, Argentina, Bolivia, Ecuador, Uruguay, Chile… Y entre el bienestar procurado por la revolución y su continuidad por la vía comicial hay relación directa pues si el primer triunfo es un voto por la esperanza y de rechazo al orden establecido, los subsecuentes se asocian con los beneficios sociales, libertades políticas y cotas de autoestima y dignidad que los gobiernos progresistas hayan hecho posibles. La estrechez, la penuria y el acoso interno y externo crían autoritarismo mientras que la tolerancia y el pluralismo democrático florecen mejor en la holgura y la estabilidad.

En el bloque histórico impulsor de las conversiones anti neoliberales conosureñas se descentra a los empresarios nacionales pero no se los excluye, como tampoco se expulsa a todas las trasnacionales. Así, por ejemplo, la izquierda que hoy gobierna en Bolivia pudo primero desequilibrar y achicar a la derecha económica, después derrotarla políticamente y finalmente meterla al redil obligándola a entrar al juego de la revolución. Y es que -aun si acotados- parte de los intereses que representa tienen cabida en el nuevo modelo y si este es exitoso también ellos ganan.

Estos son activos del curso seguido. Los pasivos están en que el cambio operado: rescate de los recursos naturales y sus rentas, gestión estatal de sectores decisivos de la economía, rediseño continental de las alianzas, reubicación geopolítica internacional y firmes acciones redistributivas del ingreso son un golpe de timón antineoliberal pero, aun si la contrarrestan, no erradican la lógica económica del capitalismo.

No soy de los que piensan que lo único verdaderamente “revolucionario” es cambiar el “modo de producción” y la gente que se joda. Lo que pasa es que el modelo seguido durante los últimos tres lustros dio de sí y amaina el viento de cola, de modo que las revoluciones de la holgura están quedando atrás y los próximos pasos suponen cambios mayores en el paradigma socioeconómico. Lo que significa pasar de cursos recorridos en medio de relativa abundancia a mudanzas operadas en contextos de estrechez y austeridad.

El papel de las rentas “naturales” en las revoluciones de bienestar

Aun si diversos el capitalismo y el socialismo son “modos de producción” y por tanto sujetos a una férrea legalidad económica, de modo que sin crecimiento del “producto” no se puede redistribuir el “ingreso” ni reducir significativamente la inequidad.

Ahora bien, en medio de una crisis global de escasez que dispara las rentas, el crecimiento más a la mano es el que se sustenta en una recuperación y valorización creciente de los recursos naturales. Apropiación cuyo saldo inmediato es la reprimarización exportadora de la economía, un sesgo que de no acompañarse con cuidado ecológico y contrarrestarse con enérgicas políticas de fomento a la industrialización y a la producción de mercado interno, deviene en lo económico un círculo vicioso y en lo ambiental una trampa ecocida.

En cuanto a la dimensión social y justiciera del desarrollo, es claro que para atenuar rápido la inequidad no hay como el gasto público en programas sociales.

Y si ponemos las dos cosas juntas tenemos la fórmula mágica: rescate de rentas por el Estado que las emplea para reducir la pobreza de los más y aumentar el consumo de las capas medias con lo que de paso el gobierno adquiere una legitimidad social que los críticos consideran clientelar. Diseño útil en el corto plazo, pero contradictorio y a la larga insostenible, sobre todo cuando se encapota el escenario económico mundial.

El panorama es sin duda preocupante. Pero el posible atolladero al que nos encaminamos no resulta de la “traición” y el irredento “extractivismo” de quienes gobiernan sino de que la recuperación y redistribución de rentas fue y aun es la mejor receta disponible para ir saliendo del pantano que heredamos. Es lo que tenemos a la mano y por ahí hay que caminar hacia el futuro. Son atendibles los argumentos “post extractivistas” de Eduardo Gudynas, Alberto Acosta, Joan Martínez Allier, Raúl Prada, Edgardo Lander, Maristella Svampa y otros pero me parece que de poco sirve clamar contra el neodesarrollismo populista, clientelar, extractivista y primario-exportador sin asumir íntegramente los retos que imponen las circunstancias.

Los gobiernos justicieros de Latinoamérica y el Caribe enfrentan un contexto complicado que explica el porqué de los recurrentes controles y estatizaciones venezolanas, que suenan a viejo socialismo, mientras Cuba amplia el campo de la producción mercantil; que explica las políticas de austeridad que trata de instrumentar el hasta ayer muy redistributivo gobierno Brasileño; que explica porque el vicepresidente de Bolivia hablaba del nuevo “capitalismo andino-amazónico” y el presidente de Ecuador apuesta por un “capitalismo eficiente”; que explica la propensión de los gobiernos de la región a poner en valor porciones de la selva amazónica; que explica las alianzas estratégicas con China. Aunque para pasar de explicar a justificar, habría primero que ponderar las opciones. Y en eso estamos.

Lo cierto es que en lo económico lo que impulsan los gobiernos progresistas del subcontinente es un capitalismo algo más endógeno que el de antes, marcadamente redistributivo, con fuerte participación estatal y asociado a países y bloques de repuesto. Modelo lastrado y a mediano plazo insostenible pero que en el corto ha mejoró sensiblemente la vida de la gente. Lo que no es poca cosa. Sobre todo si tenemos en mientes las hambrunas y penurias en que se abismaron las revoluciones socialistas del XX.

Resumiendo. Adoptar como estrategia de desarrollo la exportación de bienes primarios es un grave error cuyo costo ya conocemos pues en Nuestra América es recurrente. Pero también hubiera sido un error no aprovechar tácticamente una situación excepcional en los términos del intercambio centro-periferia, términos que para nosotros casi siempre habían sido desfavorables; no sacar ventaja de un corto lapso de altas cotizaciones que permitió revertir en alguna medida la pobreza, desarrollar algo la infraestructura productiva y social, y capitalizar a otros sectores de la economía. Oportunidad que, sin embargo, llegó a su fin.

Reinventando Bolivia

Bolivia es un buen ejemplo de las revoluciones de bienestar conosureñas. El país andino amazónico no es sólo un Estado plurinacional que reconoce su diversidad de pueblos y culturas, es también una economía de la diversidad que admite la pluralidad técnica, productiva y social. Paradigma que supone la coexistencia de dos racionalidades: la de la ganancia y la del buen vivir, en una complementariedad dinámica donde lo que está en juego es si a la postre la lógica del lucro dominará sobre la del bienestar y los trabajadores seguirán explotados o si por el contrario conducirá a un orden socioeconómico inédito donde impere la economía moral.

Para documentar lo que digo tendré que ponerle algunos números. La combinación de políticas pertinentes y contexto global bonancible ha dejado un saldo positivo. Según la Cepal, entre 2006 y 2010 la economía creció a un promedio anual de casi 5%, y aun en el nefasto 2009 la expansión fue de 3.4%. A lo que se añade un superávit de la balanza de pagos de 326 millones de dólares y un incremento en las Reservas Internacionales, que para 2010 llegaban a 10 mil millones. En el mismo lapso el salario mínimo tuvo un incremento de 54.3%, lo que añadido a la baja tasa inflacionaria significó un importante mejoramiento del nivel de vida[2].

Pero los solos indicadores macroeconómicos no hacen verano y la pregunta sobre la direccionalidad del proceso sigue en el aire. Los analistas coinciden en que durante los gobiernos del Movimiento al Socialismo (MAS) el histórico sesgo primario exportador de la economía boliviana se ha profundizado[3] y algunos sostienen que “el sector de hidrocarburos en Bolivia no es un sector predominantemente estatizado, sino un sector predominantemente transnacionalizado”[4].

Si en lo político la revolución boliviana es un combate por viabilizar democráticamente la plurinacionalidad y las autonomías, en lo económico la batalla es por el destino de la renta. Y el saldo ha sido favorable. “Este crecimiento económico y las nuevas ganancias han posibilitado importantes marcos de acción sociopolíticos, que en primer lugar deben llegar a la población más pobre y vulnerable, y que son financiados por una gran parte de la renta”, escribe Isabela Radhuber[5].

La reelección de Evo Morales y García Linera en los comicios de 2014 con un holgado 60%, indica que si bien sólo el 30% de los bolivianos dice estar satisfecho con el comportamiento de la economía[6], la mayoría aprueba el sentido que le imprime el gobierno. En cambio el relativo descalabro del MAS en las elecciones de abril de 2015: en la votación general mostró una tendencia a la baja y sus candidatos a las gobernaciones de departamentos importantes como La Paz, Santa Cruz y Tarija fueron derrotados, muestran desgaste del partido en el poder -corrupción, mala administración y divisiones, ha dicho Evo Morales- y posiblemente una frustración de las expectativas que hasta ahora tenía la población de una mejora sostenida en las cotas de bienestar. Esto último pese a que el comportamiento macroeconómico de Bolivia es aun bueno en términos sudamericanos.

Caída y volatilidad de las materias primas, un desafío

“Bolivia vive de su gas, pero también de su minería” escribió su vicepresidente[7]. Y algo semejante podrían decir la mayor parte de los países del Cono Sur, tanto los de gobiernos progresistas como los conservadores. En la década reciente fueron hidrocarburíferas el 83% de las exportaciones venezolanas, el 50% de las ecuatorianas y el 29% de las colombianas, mientras que en Chile la minería representó el 54% y en Perú el 39%, en el caso de Bolivia el gas aportó el 33% y la minería el 23%, mientras otros países como Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay dependen en mayor medida de exportaciones agropecuarias y forestales. El saldo es una fuerte dependencia de las materias primas, como lo evidencia el que en 2012 el 79% de las exportaciones conosureñas estuviera formado por productos primarios o manufacturas básicas[8].

Lamentablemente, como lo proclama la consultora Merrill Lynch, “las materias primas han caído fuertemente en desgracia”. Según el Banco Mundial durante la segunda mitad de 2014 los precios de las materias primas energéticas retrocedieron 30% (en diciembre la caída fue aún mayor), las agrícolas 13% y los metales 10%. Y los pronósticos son negativos: según Economist Intelligence Unit “los vientos en contra que ha enfrentado América Latina en 2013-2014 persistirán en 2014. Esperamos que la mayoría de los precios de los productos primarios caerán en 2015”[9].

El petróleo, que desde fines del pasado siglo tuvo cotizaciones ascendentes en gran medida debido a la demanda creciente de economías emergentes como China e India, se había depreciado en 2008, cuando el Brent de referencia cayó de 137 a 35 dólares el barril, pero después se recuperó manteniéndose ligeramente por encima de los 100 dólares entre 2011 y 2013, hasta que en diciembre de 2014 cayó por debajo de los 60 dólares, cotización en la que se mantiene a mediados de 2015 cuando escribo esto.

Sin embargo y para no perder perspectiva, debiera ubicarse el colapso en la previa apreciación de los hidrocarburos sustentada en demanda creciente y progresivo agotamiento de los yacimientos más fértiles. Tendencia estructural que marca el fin de la época la de los combustibles fósiles baratos, circunstancia providencial que fue palanca del moderno capitalismo industrial.

Pero hay factores que pueden contrarrestar temporalmente esta tendencia a la apreciación: descubrimiento de más yacimientos y nuevas técnicas de extracción, por el lado de la oferta, mayor eficiencia en el uso de los combustibles y menor crecimiento económico, por el lado de la demanda. Lo que confluyó en 2014 provocando un desplome de alrededor del 50% en el precio del crudo.

Todo hace pensar que la sobreoferta que está detrás de la caída se mantendrá por un tiempo, pues es difícil que las inversiones físicas ya hechas se retiren. Sin embargo es poco probable que se hagan nuevas, sobre todo en el petróleo-gas fracking estadounidense, la mitad de cuyos campos no son rentables con cotizaciones por debajo de los 60 dólares.

En este marco juegan a las vencidas potencias petroleras y megacorporaciones mientras que las agencias imperiales aprovechan la oportunidad para desestabilizar a países ex socialistas, como Rusia, y “socialistas del siglo XXI”, como Venezuela, cuyas finanzas públicas están altamente petrolizadas.

Pero, pase lo que pase, no hay que perder de vista que al irse agotando el petróleo fácil se desploma la eficiencia energética de los combustibles fósiles, que cada vez cuesta más sacar, y que aun a 60 dólares, la cotización del crudo es hoy el doble de lo que era hace tres lustros. Tendencia a la apreciación, con altibajos pero duradera, que vale también para otros bienes primarios. “Pese a los descensos-sostiene Economic Intelligence Unit-, los precios (de metales y productos agrícolas) se mantienen el doble más o menos, de sus niveles de finales de la década de 1990, y el incremento de las poblaciones y de los ingresos de los mercados emergentes les dará algún sustento”[10].

La conclusión es que estratégicamente los recursos naturales se enrarecen, de modo que por razones ecológicas y económicas lo prudente es conservarlos; mientras que tácticamente la especulación volatiliza sus cotizaciones, de modo que lo prudente es no depender demasiado de ellos.

Sin embargo el hecho es que hasta ahora las revoluciones de bienestar han sostenido su relativa holgura valorizando bienes no renovables.

El riesgo de poner todos los huevos en la misma canasta

Bolivia ilustra bien el curso adoptado por los países conosureños de gobierno progresista. La capacidad económica del gobierno del MAS se sustenta en que los hidrocarburos se nacionalizaron en 2006, de modo que de los 223 millones de dólares en impuestos que pagaba esta industria en 2000, se pasó a 2 235 millones de dólares en 2010. Pero lo más espectacular ocurrió en minería, donde han crecido producción, precio y captación estatal. En 2000 se extraían 400 mil toneladas y en 2010 un millón, mientras que el valor de la producción pasó de 426 millones de dólares a 2 400 millones y la captación estatal de 9.5 millones de dólares a 305 millones. Sin embargo, aunque históricamente elevados, los precios del estaño bajaron en 2008, con lo que lo captado por el Estado se redujo a la mitad, y disminuyeron de nuevo en 2013[11].

En diciembre de 2014 y a pregunta expresa sobre el posible tránsito de una revolución de bienestar a una revolución con estrechez, el vicepresidente García Linera me decía que sí, que la boliviana había disfrutado de cierta holgura dada la onda expansiva de la economía mundial y la apreciación de las commodities, pero que eso se terminaba y había que estar preparados para la austeridad. Sin embargo sostuvo también que -indio al fin- el Presidente Evo Morales es austero y acostumbra hacer guardaditos en previsión de los años de vacas flacas. De modo que si bien Bolivia no tiene un fondo petrolero soberano como Arabia Saudita o Noruega, si tiene reservas internacionales por 10 mil millones, lo que representa el 50% del PIB. Y que, pese a las presiones de mineros para que en parte se destinaran a salarios, las reservas sólo se emplean en proyectos productivos. Dijo, igualmente, que es política del gobierno no tocar los fondos de pensiones. Y que sí, que el país depende en lo externo de la exportación del gas y del estaño, pero que hay proyectos en curso para industrializar los bienes primarios, además de que la mitad del crecimiento de la economía se sostiene en el mercado interno.

Algo parecido había argumentado el Vicepresidente en 2011:

Es probable que, de acuerdo al contexto internacional haya una fluctuación de los precios de minerales que nos puede afectar, y la clave para afrontar esta situación es más volumen de mineral y mejor tecnología; es decir producir más y volver más eficiente el trabajo[12]

Lo que es verdad. Pero también lo es que más pronto que tarde se impondrá un cambio de modelo hacia otro en que la disponibilidad de recursos naturales no marque el destino del país, en que Bolivia ya no “viva de su gas y de su minería” sino del trabajo de su gente. Y me temo que este tránsito será más imperioso pero difícil ahora, cuando las revoluciones del Cono Sur ya no volarán con viento de cola.

Pero Bolivia no es más que un ejemplo, y no el más extremo. Venezuela es precursora de los cambios que se viven en el subcontinente y hace ya 16 años que empezó a desmarcarse del neoliberalismo. Sin embargo el país será golpeado como pocos por el desplome de los precios del petróleo: en 2014, cuando apenas empezaban a caer, la producción retrocedió ahí 2.3%, la inflación fue de 64% y el año terminó con el presupuesto público y el tipo de cambio colgados de alfileres. Porque el petróleo representa alrededor del 90% de las exportaciones de Venezuela y el crudo es un aceite adictivo de cuya dependencia no se ha podido librar en tres lustros de revolución bolivariana. El problema está en que si bien las políticas redistributivas del presidente Hugo Chávez redujeron la desigualdad social y la pobreza, que para 2012 ya sólo afectaba al 25% de la población, a partir de ese año volvió a aumentar y para 2013 ya era pobre el 32% de los venezolanos.

A Brasil le está pegando la caída de los precios del hierro y de la soya, de modo que por primera vez en 14 años, en 2014 la balanza comercial -sin considerar la de pagos- tuvo un déficit de casi 4 mil millones de dólares. De hecho la bonanza en el gigante del Cono Sur terminó antes, pues mientras que entre 2003 y 2010 -con Lula en el gobierno- la economía creció a un promedio de 4% anual y salieron de la pobreza millones de brasileños, en el primer mandato de Dilma Rousseff, el crecimiento promedio fue de sólo 1.6%. Puede haber torpeza en el gabinete económico de Dilma, como hubo habilidad en el de Lula. Pero el fondo no es ese sino el contexto macroeconómico.

Y también Ecuador tuvo en 2014 un déficit de 127 millones de dólares en la balanza comercial, a resultas del menor precio del petróleo.

Los países de curso económico más conservador no escapan de la turbulencia. Perú tuvo en 2014 el mayor déficit comercial de su historia: 2 550 millones de dólares, por la caída de las cotizaciones de los metales que constituyen el 60% de sus exportaciones. En el mismo año el déficit en la balanza comercial de Colombia fue de 4 807 millones de dólares, por el desplome de los precios del petróleo y el carbón.

A la baja de los precios de las commodities se añade el cambio de signo en los flujos de capital. En primer lugar tenemos el previsible fin del dinero barato, pues los bancos centrales de los países desarrollados que desde 2008 bajaron las tasas de interés para sacar a sus economías de la recesión, han anunciado su intención de elevarlas. El problema está en que los países primario exportadores acumularon deudas considerables, contratadas a tasas bajas y respaldadas en su disponibilidad de los entonces muy cotizados recursos naturales. Materias primas cuyas cotizaciones ahora disminuyen al tiempo que decrece su demanda, mientras que las tasas de interés aumentan.

El encarecimiento del dinero en el subcontinente se debe también a que por el diferencial de tasas de interés y el estrechamiento de las posibilidades de inversión en los países centrales, por algunos años muchos capitales se refugiaron en América Latina. Inversiones que ahora comienzan a refluir en la medida en que disminuyen las ventajas que antes ofrecía la región.

Otro efecto negativo del modelo es que la entrada de divisas apreció la moneda de estos países y en consecuencia abarató las importaciones, provocando que el incremento en la demanda interna de bienes de consumo final resultante de las políticas redistributivas, se orientara a productos importados, debilitando aún más a las industrias locales que debían haber sido uno de los ejes que permitiera salir del círculo vicioso del llamado extractivismo.

Pero el riesgo mayor en lo tocante al flujo de dinero está en la fuerte dependencia regional respecto de las inversiones extranjeras directas. El fenómeno no es nuevo, en los últimos 20 años del siglo XX el peso de las inversiones foráneas en el Producto Interno Bruto (PIB) subcontinental pasó de 11.3% a 16.4%. Sin embargo, pese a que soplaban ahí vientos pos neoliberales, en la primera década del XXI casi se duplicaron estas inversiones llegando a representar el 30% del PIB. El incremento fue mayor en Brasil, Argentina, Perú, Colombia y Chile, y menor en Venezuela y Bolivia, entre otras cosas porque ahí las nacionalizaciones contrarrestaron el signo positivo de los flujos. La cara mas oscura de este caudal dinerario es el monto de los excedentes económicos del que los capitales que en el participan se apropian: según la CEPAL las ganancias brutas de la inversión extranjera directa llegaron en 2011 a 95 239 millones de dólares, 671% más que en 2001[13]

El problema con estas inversiones no está únicamente en que exportan sus utilidades y extranjerizan la economía, también en que en su mayor parte -65% según la CEPAL- son compras de empresas preexistentes, de modo que si bien las modernizan, sólo en menor medida crean nuevas industrias y nuevos empleos.

Y en este punto el aumento de las exportaciones de bienes primarios y la expansión de la inversión foránea directa se entrelazan, porque más de la mitad de esta inversión extranjera -el 51% según la CEPAL- se orienta a la explotación de recursos naturales.

Recapitulando. La recuperación de rentas por el Estado y la creciente exportación a buenos precios de bienes primarios, palanqueada por la expansión de las inversiones foráneas y de los créditos internacionales, premisas que a su vez dieron sustento a políticas redistributivas del ingreso y ampliación del mercado local de bienes de consumo, están detrás del crecimiento sostenido y a buen ritmo de las economías conosureñas, que entre 2003 y 2012 fue de 4% en promedio anual. Pero esto terminó en 2013 en que la economía latinoamericana creció a solo 2.8% y sobre todo en 2014 en que el indicador cayó a 1.3% el más bajo desde la recesión de 2009. Cuando escribo esto, a mediados de 2015 los pronósticos son aun más pesimistas.

Ciertamente el panorama se oscurece. Pero no es aún catastrófico: aun si alto, el endeudamiento externo es manejable, de modo que no cabe esperar una generalizada crisis de deuda y la región -no solo Bolivia- acumuló reservas en divisas extranjeras estimadas en 830 mil millones de dólares. Con todo, si los precios de las exportaciones siguen bajos, los capitales refluyen y la deuda se encarece es altamente previsible que en adelante el curso económico del subcontinente. sea cuesta arriba

Si nos movemos al Caribe, encontraremos en Cuba una forma peculiar del proceso generalizado que vengo analizando en el Cono Sur. La dependencia respecto de las exportaciones azucareras es ancestral en la isla y se mantuvo después de la revolución, aunque a partir de ese momento, uncida a los países del bloque socialista. El modelo de desarrollo sustentado en la caña y su procesamiento se derrumba hace 25 años cuando el país se ve obligado a transitar de una mono exportación del edulcorante a precios estables y artificialmente favorables para Cuba, a un escenario de precios bajos del azúcar y precios altos de las importaciones. Los caribeños emprenden entonces una complicada transición, que el bloqueo imperial hace aún más difícil y que cinco lustros después sigue en curso.

En la inauguración de la cumbre económica de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), celebrada en La Habana en enero de 2014, Raúl Castro dirigiéndose a sus hermanos y primos conosureños, colgados aun de las commodities, resumió la dolorosa experiencia isleña en una frase lapidaria que debiera ser escuchada: “Hemos padecido el problema de no haber traducido los períodos de altos precios de los productos naturales que se exportan, en procesos de desarrollo de largo plazo”[14]. Lo padeció Cuba, lo están padeciendo los demás.

La estrategia primario exportadora y el crecimiento basado en la ampliación del mercado interno de bienes de consumo sin que paralelamente se diversifique la producción y aumente la productividad, no son sostenibles por mucho rato. No pienso tampoco que el modelo de repuesto sea la estatización progresiva de la economía salvo en los sectores estratégicos. El capitalismo de Estado que en Cuba o en la Nicaragua sandinista se tradujo en la expansión desmedida e ineficiente de las llamadas “áreas propiedad del pueblo” es una salida falsa, como se vio en estos países. Más razonable parece apostar por la ampliación de la economía familiar, comunal y cooperativa, desarrolladas en el marco de la planeación y el fomento estatales. Una economía que requiere subsidios por cuanto cumple funciones sociales, ambientales e identitarias que no reconoce el mercado, pero que también debe ser eficiente. Eficiencia necesaria que no estimulan tanto los subsidios estatales como el reconocimiento social y sobre todo la recompensa que mercado otorga a quienes hacen bien las cosas.

Y sí, claro, la competencia en el mercado favorece inevitablemente las desigualdad en el ingreso y por tanto la diferenciación social. Diferenciación que no debiera alarmarnos demasiado si el piso básico de satisfactores lo tienen garantizado todos y lo que unos obtienen de más no proviene de lo que otros reciben de menos.

Entiendo que este es la vía a la que apunta la Constitución boliviana. Un camino por el que no es fácil marchar pero que me parece el más promisorio.

Un espinoso dilema político

El fin de la bonanza que sostuvo a las revoluciones comiciales de bienestar haciendo posible que una y otra vez se legitimaran en los comicios, mete una cuña en el hasta ahora sólido ensamble entre pluralismo político electoralmente resuelto y revolución económica y social de largo aliento.

Al combinarse la estrechez financiera con el cerco político imperial y la ofensiva de la derecha interna, se ve comprometido el pluralismo o se ve comprometida la revolución. Y en realidad se ven comprometidos ambos, porque a estas alturas sin alguna clase de pluralismo político no hay revolución que valga.

El contexto en el que hay que ubicar el dilema es el acoso al que están sometidos los gobiernos progresistas de la región por las oligarquías locales y las potencias imperiales. Poderes otrora hegemónicos y hoy revanchistas que disponen de los recursos necesarios para agudizar artificialmente el impacto negativo del cambio en el contexto económico, que controlan la mayor parte de los medios de información masiva y que están dispuestos a todo con tal de revertir los procesos emancipadores conosureños.

Hay, además, numerosas evidencias de que el núcleo duro de la derecha latinoamericana es golpista, como lo ejemplifican los casos exitosos de Honduras y Paraguay, los fracasados de Venezuela y Ecuador y las fintas mas recientes en Argentina y Brasil. También las hay, de que emplea la calumnia, el sabotaje, el terrorismo y la violencia para desestabilizar a los gobiernos progresistas.

En la medida en que el impulso social con que arrancaron los cambios se mantuvo en la mayor parte de los países que asumieron estrategias de desarrollo post neoliberales, y que la combinación de recuperación de rentas, política redistributiva y contexto macroeconómico favorable permitió incrementar y sostener el bienestar de la población, fue posible también contrarrestar el hostigamiento de la derecha sin restringir la democracia. Sin embargo cuando esto falte o se debilite es posible que crezca la tentación de defender la revolución por otros medios.

Que quede claro; democracia no es permisividad ni mucho menos claudicación. Los gobiernos progresistas han ejercido la autoridad que les dan los votos y el apoyo social del que disponen para someter, incluso mediante la violencia legítima, a las oposiciones de derecha que se saltan las trancas. Lo han hecho en Bolivia los gobiernos del MAS contra los exabruptos de los “varones de la media luna” y lo han hecho en Venezuela los gobiernos del Partido Socialista Unificado contra los excesos de los sectores más duros de la Mesa de Unidad Democrática. No hay que confundir la firmeza con el autoritarismo.

Y sin embargo la línea está ahí y puede traspasarse. Al respecto dijo el siempre directo Pepe Mujica en una de sus últimas entrevistas como presidente:

Mirá el resultado humano y práctico que han tenido los experimentos apurados, “definitivos” de socialismo: al final tuvieron menos que repartir (y fueron antidemocráticos) porque cuando se te achica todo, tenés que caer en la ferocidad represiva[15].

Posiblemente don Pepe estaba pensando en el “socialismo real” del siglo XX, pero el hecho es que también a los progresistas latinoamericanos del tercer milenio se les “achica todo”.

Semanas después cuando el gobierno venezolano encarcelaba opositores, el ex presidente de Uruguay se refirió expresamente a ese país:

Creo que hay un interés en ir preso en Venezuela. Es una técnica, es la forma de luchar de la oposición. Inducen al gobierno a pasarse de la raya. Le crean una contradicción internacional muy grande y esos bobos entran. Se lo he dicho a ellos. Es un error.

 Convengo con Mujica en que es un error. Pero detrás de este error está la tentación de defender la revolución con medidas extraordinarias, acciones represivas que al ser imprudentes y excesivas le quitan legitimidad a la revolución.

Es verdad, sin embargo, que una revolución no se defiende es una revolución que se pierde. La restauración del viejo orden puede seguir una vía formalmente democrática en que la derecha regresa al poder legitimada por los comicios, como en los casos de Nicaragua y Chile, o adoptar una vía golpista, como en los casos de Honduras y Paraguay. Aunque en los dos primeros países después de un interregno abiertamente neoliberal la izquierda ha regresado al gobierno.

¿Es inevitable que revoluciones que no se hicieron a tiros tengan que preservarse a tiros? Pienso que no. El reto para las nuevas izquierdas radica en redefinir las alianzas, prioridades, ritmos, tiempos, estrategias y tácticas, necesarios para sostener revoluciones visionarias y radicales pero democráticas y políticamente pluralistas. Revoluciones en donde no se gobierna en nombre de la “historia”, el “proletariado” o el “pueblo” sino de las plurales mayorías ciudadanas y de los variopintos movimientos que las ponen en acción.

El fondo del asunto está en hacer de la democracia un paradigma político, no de los socialdemócratas que desde hace rato la adoptaron, sino de la nueva izquierda radical y anticapitalista, a la que se le da la directa y asamblearia y no tanto la representativa que pasa por elecciones.

Lo que demanda no solo asumirla sino repensarla. A las “dictaduras de clase” no se las sustituye con liberalismo clásico, ciudadanías indistintas y representantes “populares” que en los comicios se venden como mercancías, sino con ciudadanías diferenciadas, dialogantes, activas y organizadas; es decir con un nuevo pluralismo que reconozca no sólo la diversidad política e ideológica, sino también la social, cultural e identitaria; una democracia radicalizada que asuma las elecciones y el gobierno de las mayorías, pero también las asambleas y los consensos; una democracia a la vez representativa y directa.

El dilema entre la continuidad y persistencia necesarias para operar las profundas mudanzas estructurales que definen a las izquierdas y la discontinuidad implícita en la alternancia política en el gobierno, se resuelve en la creación socialmente consensuada de instituciones que vayan más allá de los posibles cambios en la administración pública. Instituciones que son Leyes, como las que surgieron de las paradigmáticas refundaciones constitucionales de Venezuela, Ecuador y Bolivia; pero también instituciones no estatales en sentido estricto. Instituciones sociales que operan en concordancia-discordancia con los gobiernos. Pienso en gremios, movimientos, organizaciones civiles, grupos académicos, asociaciones profesionales, medios de comunicación y toda clase de colectivos y comunidades.

Y lo que hay detrás de las instituciones sociales es cultura, cultura política en el sentido amplio del término. Lo que le da continuidad a un proyecto más allá de las fluctuaciones de los gobiernos es que se vuelva hegemónico. Que no sólo sea adoptado por la mayoría sino que algunos de sus ejes sean asumidos también por las minorías, que devengan “sentido común” en la acepción gramsciana del término.

El desafío de izquierdas que posiblemente gobiernen intermitentemente, no está -como estuvo antes- en que aprendamos a ser contra hegemónicos, sino en que nos enseñemos a ser hegemónicos sin dejar de ser inconformes y críticos. Lo que sólo es posible manteniendo el diálogo interno y la negociación con los antagonistas y los discrepantes sin pretender que por ello ya no sean antagonistas o discrepantes.

Para transitar de revoluciones de bienestar a las que el viento de cola infló las velas, a revoluciones austeras capaces de navegar en zona de turbulencias sin dejar de ser pluralistas y democráticas, lo que hace falta es volver hegemónico el altermundismo, es hacer de la utopía sentido común. Y en eso estamos.

¿Perder el gobierno y conservar el poder?

Para todos, pero sobre todo para nosotros los orilleros, el neoliberalismo fue una pesadilla. Con el neoconservadurismo al mando, el New Deal que siguió a la gran depresión y el capitalismo regulado de la posguerra dejaron paso la mercantilización y privatización más desmedidas, a la rapacidad extractiva y la especulación financiera, a la desregulación total de la economía, al desmantelamiento de las instituciones de bienestar social, a la desvalorización del trabajo asalariado, a la ruina de los campesinos.

En esté período la succión por el Norte de los recursos del Sur se hizo escandalosa: se calcula que en los últimos 20 años del pasado siglo aproximadamente 4.6 billones de dólares fueron transferidos de la periferia al centro[16] En el caso de América Latina, por las crisis de deuda de 1994 en México, 1998 en Brasil y de 2001 en Argentina estos países y sus pueblos comprometieron su futuro a los acreedores.

Las protestas populares y la represión, ocurridas en Venezuela y conocidas como “el caracazo” de 1989, y diez años después el triunfo electoral de Hugo Chávez, señalan simbólicamente ruptura del dique y el inicio del torrente pos neoliberal en el subcontinente.

El que el abandono de este modelo y la progresiva remediación de algunos de sus peores males, haya resultado de una combinación de movimientos sociales y triunfos electorales de las izquierdas latinoamericanas, puede ser calificado de una inédita revolución subcontinental. Una revolución de nuevo tipo quizá, pero una revolución al fin. Y es que en su curso no sólo los pueblos y gobiernos progresistas recuperaron soberanía y dignidad, en algunos casos también se refundaron políticamente los países gracias nuevas hegemonías y nuevos pactos sociales de los que surgieron constituciones pos liberales. Y en la medida en que los estados antes huecos y sumisos se fortalecían, fue posible ir revirtiendo algunos de los flujos de valor más antinacionales y antipopulares. En particular se logró la recuperación y redistribución progresiva de las rentas, mejorando de esta manera las condiciones de vida de la población.

Escribo esto a mediados de 2015 y en los próximos meses algunas de las izquierdas gobernantes que en los últimos lustros han repetido en el poder o regresado a él, enfrentaran elecciones complicadas. Difíciles no sólo por la ofensiva de las chicaneras derechas nacionales apoyadas por el imperialismo, también por el desgaste que han sufrido sus administraciones manifiesto en graves problemas de corrupción, y por las crecientes dificultades que genera un entorno económico desfavorable. Además de que en muchos países se han debilitado los movimientos sociales de signo progresista que llevaron a la izquierda al poder y la mantuvieron en él, al tiempo que se fortalecen movimientos sociales promovidos y capitalizados por las derechas. Como sucede en Brasil y Argentina y de manera contradictoria en Venezuela.

Qué sigue: ¿conservar la revolución con medidas de fuerza y cancelando un pluralismo político que ciertamente las derechas y el imperio envilecen? ¿Perder la revolución, cuyos logros serán revertidos con el regreso de los conservadores al poder?

Creo que hay una tercera posibilidad, una oportunidad histórica posiblemente inédita: que la revolución conserve el poder aun si la izquierda pierde el gobierno. Me explico.

Si una revolución posneoliberal impulsa un constituyente popular que a partir de un amplio pacto social modifica la carta magna y con ella lo configuración del Estado, lo que incluye el poder ejecutivo, pero también el legislativo y el judicial. Si en el proceso se conforman nuevos o renovados actores políticos y sociales y una nueva relación entre la sociedad y el Estado. Si paralelamente se modifica el entramado económico fortaleciendo al sector público y al sector social. Y si todo esto se sustenta en la autonomización de los antes subalternos y la generalización de una nueva cultura política. En otras palabras: si el nuevo proyecto y el bloque que lo impulsa devienen realmente hegemónicos, es posible pensar en una derrota comicial de la izquierda que no conduzca al desmantelamiento de la revolución, de modo que la mudanza progresista pueda mantener su curso aun sin el control directo del poder ejecutivo y/o sin mayoría legislativa.

En otras palabras: una vez que el cambio progresista penetró en la conciencia y el imaginario social e impregnó la estructura y las prácticas del Estado, la pérdida temporal del gobierno sería un percance menor, una derrota táctica de la que la revolución podría recuperarse. Y sería también una medicina amarga pero necesaria para sanar a la izquierda de las enfermedades adquiridas en ejercicio continuado del poder.

De darse las condiciones arriba señaladas una derecha que regresara circunstancialmente al gobierno no sería necesariamente una derecha en el poder. Y es que si un bloque histórico es realmente hegemónico y su proyecto devino sentido común, las propias derechas acaban por ser parte del proceso. Ejemplo de lo que digo es que en países donde Venezuela y Brasil donde hoy hay gobiernos progresistas, una parte de la derecha asume discursivamente el programa social de la izquierda pues ha llegado a la conclusión de que a esta no se le puede vencer comicialmente más que incorporándose en alguna medida a su campo político.

La dificultad está en que en América latina no tenemos un conservadurismo democrático sino una derecha golpista y amparada por el imperio. De modo que así como emplea métodos reprobables para socavar a los gobiernos legítimos se puede suponer que en caso de recuperar comicialmente el poder también violaría las reglas democráticas con tal de cerrarle definitivamente el paso a la izquierda. Las apreciaciones sobre este tema de Luís Britto García, miembro del Consejo de Estado de Venezuela, que es un órgano consultivo del poder ejecutivo, son sin duda atendibles: “Si la oposición ganara transitoriamente el poder ¿qué haría en la imposibilidad de continuar los programas de Chávez?. La oposición dice “No nos vamos a dejar quitar el poder nunca más”[17].

Lo preocupante de esté cálculo es que la presumible antidemocracia del adversario justifique el autoritarismo propio: “Si soltamos el gobierno no nos van a dejar recuperarlo, de modo que no lo vamos a soltar”.

El asunto no es de obvia resolución y la decisión que se tome tendrá efectos estratégicos. Pero yo sigo pensando que vale la pena correr el riesgo y jugar el juego del pluralismo democrático, desactivando de pasada los planes intervencionistas que necesitan una escusa para activarse. El siglo XX demostró que era necesaria la violencia para que la izquierda pudiera tomar el poder. Pero demostró también que gobernar con la violencia corroe las utopías más generosas. No tropecemos dos veces con la misma piedra.

En 1931 el ejército del Kuomintang, que superaba en fuerzas al Ejército Rojo, emprendía la tercera campaña de cerco y aniquilamiento contra las posiciones comunistas en Chiangsi. En esas circunstancias la decisión correcta era dejar la plaza temporalmente para después recuperarla. Así lo argumentaba Mao Zedong: “Sin duda convencer a los cuadros y a la población civil de la necesidad de la retirada estratégica es sumamente difícil (…) Pero una retirada a tiempo nos permite mantener la iniciativa (…) y preparar la contraofensiva”.[18]

San Andrés Totoltepec, México, marzo 2015

Referencias

Aillón Gómez, Tania. La redistribución del excedente del sector hidrocarburos dentro de la estrategia de poder del Movimiento al Socialismo, Universidad Mayor de San Simón, Cochabamba. 2012.

Aillón Gómez, Tania. “Nuevo paradigma de política económica y acumulación de capital industrial en la era del MAS”, en Búsqueda, año 23 No 42, Instituto de Estudios Sociales y Económicos, Universidad Mayor de San Simón, Cochabamba. 2013

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Fernández-Vega, Carlos. “México S. A., México”, en La Jornada, 7/8/10.

García Linera, Álvaro. Las empresas del estado. Patrimonio colectivo del pueblo boliviano, Vicepresidencia del Estado Plurinacional, La Paz. 2013.

Gabetta, Carlos. “El capitalismo ya está agotado, sentencia Mujica” en La Jornada 22 y 23/2/15

Mariátegui, José Carlos. Ideología y política. Empresa editorial Amauta, Perú, 1969.

Orellana Aillón, Lorgio. Regulación y acumulación de capital en el sector de hidrocarburos (1998-2011), Universidad Mayor de San Simón, Cochabamba, 2012.

Radhuber, Isabela. “Rediseñando el Estado: un análisis a partir de la política hidrocarburífera en Bolivia”, en Umbrales. Revista del Postgrado en Ciencias del Desarrollo, No. 20. CIDES-UMSA. La Paz, 2010.

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Uzeda Vázquez, Andrés. “El “proceso de cambio” siete años después”, en Búsqueda, año 23 No 42, Instituto de Estudios Sociales y Económicos, Universidad Mayor de San Simón, Cochabamba. 2013.

Villazón del Carpio, Omar Erick. “Valoración económica de los recursos naturales e histórica dependencia boliviana”, en Búsqueda, año 23 No. 41, Instituto de Estudios Sociales y Económicos, Universidad Mayor de San Simón. Cochabamba. 2013.

[1] Armando Bartra. Tiempo de mitos y carnaval. Indios, campesinos y revoluciones. De Felipe Carrillo Puerto a Evo Morales, Itaca 2011, p. 169.

[2] Carlos Fernández- Vega. “México S. A” en La Jornada 7/8/10.

[3] Tania Aillón Gómez. La redistribución del excedente del sector hidrocarburos dentro de la estrategia de poder del Movimiento al Socialismo, Universidad Mayor de San Simón, Cochabamba, 2012, p 113-126; Omar Erick Villazón del Carpio. “Valoración económica de los recursos naturales e histórica dependencia boliviana” en Búsqueda, año 23, no. 41, Instituto de Estudios Sociales y Económicos, Universidad Mayor de San Simón. Cochabamba, 2013, p 25-32

[4] Lorgio Orellana Aillón. Regulación y acumulación de capital en el sector de hidrocarburos (1998-2011). Universidad Mayor de San Simón, Cochabamba, 2012, p 62

[5] Isabela Radhuber. “Rediseñando el Estado: un análisis a partir de la política hidrocarburífera en Bolivia”, Umbrales, Revista del Postgrado en Ciencias del Desarrollo, no. 20, CIDES-UMSA, La Paz, 2010, p 113, ver también Aillón p 75-79

[6] Andrés Uzeda Vázquez. “El “proceso de cambio” siete años después”, en Búsqueda, año 23, n 42, Instituto de Estudios Sociales y Económicos, Universidad Mayor de San Simón, 2013, p 64, 65

[7] Álvaro García Linera. Las empresas del estado. Patrimonio colectivo del pueblo boliviano. Vicepresidencia del Estado Plurinacional, La Paz, 2013, p 32

[8] Emiliano López y Paula Belloni. “Tendencia a re-primarización exportadora en la América del Sur del siglo XXI”, en Mundo Siglo XXI, n. 34, sept-dic 2014, CIECAS, IPN.

[9] Economic Intelligence Unit. “Petroprecios crean incertidumbre” en La Jornada 23/12/14.

[10] Economist Intelligence Unit. Ibid.

[11]García, ibid

[12] García, ibid p. 23.

[13] López et al Ibid, p 59.

[14] Adolfo Sánchez Rebolledo. “Dos discursos. Una coincidencia” en La Jornada, 30/1/14.

[15] Carlos Gabetta. “El capitalismo ya está agotado, sentencia Mujica” en La Jornada 22 y 23/2/15.

[16] Stiglitz, citado por David Harvey en Breve historia del neoliberalismo, Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia, 2017, p 185.

[17] Arturo Cano. La oposición busca un golpe de estado o intervención extranjera, La Jornada 16/5/15.

[18] Mao Tse -Tung, Selección de escritos militares. Ediciones en lenguas extranjeras. Pekín, 1967, p 130.

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